sábado, enero 28, 2006

Quedar sin sexo

Entre las muchas debilidades de los seres humanos, el sexo ocupa un lugar preponderante. En todas las épocas, hombres y mujeres han cedido a la tentación con trágicas consecuencias, desde embarazos no deseados hasta el derrumbe de imperios económicos.
Pero ¿por qué clasificar como “debilidad” a ese deseo instintivo que, viéndolo bien, mejor podríamos considerar una fuente de energía creativa, un aliciente, un combustible vital? Freud lo dijo hace muchos años: el sexo es la motivación principal detrás de casi todas nuestras acciones, aunque no lo sepamos o no lo reconozcamos.
El cuidado de nuestra apariencia, el éxito laboral, el cultivo de habilidades extracurriculares (como cocinar, escribir poemas, tocar en una banda), la aceptación social, el celular que acabamos de comprar… todo forma parte del arsenal que nos permitirá cazar la presa anhelada, es decir, entablar con éxito una relación de índole sexual.

No es éste el espacio para debatir si Freud estaba en lo cierto o se equivocó. Bástenos admitir que el ímpetu sexual juega un rol importante en lo que hacemos o dejamos de hacer, pues atraer especímenes del sexo opuesto (o del mismo sexo, si se prefiere así), interactuar con ellos o ellas y, eventualmente, “emparejarse”, son actividades fundamentales de los humanos. En términos biológicos, incluso, el acto sexual figura como la razón esencial de existir: reproducirse, perpetuar la especie.

Entonces, el sexo nada tiene de malo y en tal caso, en aras de la igualdad, habrá que decir que tampoco tiene nada de bueno. Digamos que el sexo es el sexo, una función biológica natural, y lo malo o lo bueno depende de nosotros: podemos caer en la tragedia, por irresponsabilidad o descuido, o vivir en el éxtasis que supone ejercerlo a plenitud en las condiciones óptimas.
Seguro Freud nunca imaginó los alcances de sus planteamientos científicos. Imposible para él prever que los publicistas, los productores de televisión, los editores de revistas y periódicos y otros artesanos de la comunicación masiva, se encargarían de explotar sin escrúpulos el instinto sexual, retorciéndolo hasta niveles que hoy superan fácilmente el tono de las obras artísticas contemporáneas más provocativas.

Porque si en otros tiempos los trabajos de músicos, poetas y cineastas alusivos al sexo transgredían los límites de la decencia y nos transportaban a terrenos prohibidos, seductores, refrescantes por novedosos; hoy en cambio los paradigmas se-xuales de la sociedad se establecen, en buena medida, en base a los comerciales, las series de televisión, las portadas, los panorámicos: abundancia de senos, nalgas y torsos desnudos sin otra intención que atraparnos cual anzuelo morboso que habrá de tener, como último y descarado fin, la venta de alguna chuchería (una cerveza, un desodorante, un triangulito de tortilla, papel con chismes).

Hay una diferencia enorme entre la incitación sexual implícita en ciertas obras artísticas y la explotación del sexo como herramienta mercadológica de los medios masivos. Los artistas despiertan la imaginación, invitan a explorar, lanzan retos; los mercenarios de la comunicación sólo aprovechan y exprimen el postulado –freu-diano de origen– “el sexo vende”.
Están por verse todas las consecuencias de este bombardeo sexual. Una de ellas, de tipo cultural, es el sexismo en los videoclips (los de hip-hop gringo, por ejemplo), que demerita la canción y la reduce a mero pretexto para ver kilómetros de piel.

Otra consecuencia, más funesta y que ojalá no llegue pronto, sería, irónicamente, erradicar el sexo del repertorio del entretenimiento humano. Porque el abuso, el exceso, la indigestión producida por tantas descargas de imágenes y mensajes hipersexosos, podrían terminar por atrofiar la libido, o al menos alterarla.
Demolition man, filme en el cual Sylvester Stallone encarna a un policía que desembarca en el futuro persiguiendo un criminal, ofrece una escena terrible para quienes vivimos hoy: la mujer policía del futuro le dice a Stallone: “¿Quieres tener sexo conmigo?” y claro que él acepta (la poli era Sandra Bullock); ella entonces trae unos cascos que estimulan el cerebro, para disfrutar así de una relación sexual plena ¡pero sin contacto físico!

Pongámonos en alerta: no dejemos que desaparezca el sexo cuerpo a cuerpo ni que pierda su sabor.

Fuente: La Rocka #21

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